miércoles, 15 de agosto de 2012

Los Sueños de Akira Kurosawa


Los sueños de akira kurosawa forma parte de la trilogía de filmes considerados como testamentarios en la obra de Kurosawa –los otros dos son Rapsodia en agosto (1991) y su última película Madadayo (1993)–, no sólo por su cronología, sino sobretodo porque a través de ellos el realizador expresó muchas de las inquietudes y obsesiones personales que se habían ido repitiendo a lo largo de su filmografía anterior, en una especie de reflexión sobre su propia vida y sobre los temas que habían inspirado su obra. Así, es común a estos tres films una profunda visión humanista que, pese a estar presente en toda la filmografía del director, adquiere en estas tres cintas todo el protagonismo temático. En estas obras, la mirada del cineasta se dirige hacia el pasado a través de sus personajes, una mirada cargada de nostalgia y de lirismo, que en el caso de Madadayo y en el de Los sueños... está protagonizada por los que son los alter ego del realizador, originando éste a través de ellos un diálogo abierto con el espectador y consigo mismo sobre el sentido de su vida y sobre las posibilidades de canviar los errores que el género humano ha ido cometiendo a lo largo de los años. Pero la visión personal del anciano profesor de Madadayo es más optimista que la de la anciana superviviente al holocausto nuclear en Rapsodia en agosto, o que las pesimistas reflexiones sobre el hombre y sus acciones destructivas que se repiten en Los sueños... Y lo es porque en este caso el director se limita a realizar un ejercicio meramente introspectivo, en el que ya deja de considerarse un hombre participativo del género humano más global, y se convierte en un yo individual que, más que analizar su vida, se enfrenta al final de ella con valentía y optimismo, dejando los amargos recuerdos para el olvido y mirando al frente con la certeza de haber saldado sus cuentas con el pasado. Es el epitafio perfecto a una obra marcadamente humanista, pero que acaba por centrarse en el propio yo, dejando a los demás las reflexiones más generales ya planteadas en filmes anteriores. Este mismo mensaje, esta búsqueda de la paz interior previa al enfrentamiento con la muerte, es el mismo que actua como capítulo de cierre en Los sueños..., a mi juicio el fragmento más bello de todo el film. Se trata de "El pueblo de los molinos de agua", prácticamente el único episodio de claro mensaje positivista en el film (dejamos de lado el lirismo de "Los cuervos"), en el que un anciano le explica a un viajero que llega a su aldea la filosofía de vida que se sigue en ésta, en la que el hombre vive en paz consigo mismo y con su entorno, y en la que la muerte no es más que la llegada al final del camino, un acontecimiento importante y meritorio que hasta se celebra y festeja.

Los sueños... está estructurada pues en forma de ocho relatos basados en los sueños más significativos que había tenido a lo largo de su vida el realizador japonés. La película estuvo financiada con capital norteamericano, siendo los productores George Lucas y Steven Spielberg. No era la primera vez que un film de Kurosawa se financiaba con capital extranjero: Kagemusha (1980) también recibió dinero norteamericano, y de todos es sabido que Dersu Uzala (1975) fue producida con capital ruso y Ran (1985) con capital francés. Por todo ello, y también porque realmente en su estilo fílmico y narrativo Kurosawa estuvo parcialmente influido por el cine occidental, el director japonés ha sido injustamente tratado en algunas ocasiones por un sector de la crítica que no lo consideraba lo suficientemente genuino ni comparable a maestros de la talla de Ozu o Mizoguchi. Diatribas a parte, y partiendo siempre de que las comparaciones son odiosas, lo cierto es que se hace imposible negar que, occidentalizado o no, este director es uno de los más grandes artistas que ha dado la historia del cine, y que sus películas son verdaderas obras maestras independientemente de las fuentes de financiación que las propiciasen o de las influencias que puedan haber recibido.

Entrando ya en el análisis del film, a lo largo de estos ocho capítulos o, si se quiere, cortometrajes, se abordan muchos de los temas que habían estado presentes en las obras anteriores del cineasta, pero sobretodo se hace hincapié en las constantes que caracterizarían su obra crepuscular. Así, en la mayoría de capítulos subyace el tema de la relación del hombre con su entorno, un tema que deja constancia de la profunda visión ecologista que tenía Kurosawa de la realidad, y que ya había plasmado magistralmente en una de sus obras cumbre, Dersu Uzala (1975). El tema de la superioridad de la naturaleza frente al hombre, y de los estragos que éste provoca sobre ella, se encuentra en un nivel u otro en la mayoría de obras del cineasta, pero en el caso de Los sueños... es el centro narrativo en la mayoría de los relatos, como en "El sol bajo la lluvia", en el que el niño/Kurosawa se encuentra en el bosque con un extraño séquito de espíritus de unos zorros o en "El huerto de los melocotoneros", en el que el protagonista también niño mantiene un diálogo con los espíritus personificados de estos árboles, molestos por haber sido talados por los padres del joven. La lectura que se desprende de esta visión sobre la naturaleza es en cada relato en la que aparece –y esto se produce en casi todos– de tono pesimista y negativo en cuanto a que intenta denunciar la actitud destructiva del hombre frente a su entorno. Esta postura crítica contra el género humano, y la rebelión que la naturaleza ejerce frente a los embates de los que por su causa es víctima, está muy presente en el sueño tercero, "La tormenta de nieve", en el que unos hombres intentan escalar una montaña luchando contra una furiosa tempestad que se desata y que impide su avance. Esta tormenta se personifica en la figura de una mujer, por lo que de nuevo se repite, como en los dos sueños iniciales mencionados anteriormente, el elemento de humanización espiritual de la naturaleza. Pero el sueño en el que se da una reflexión más profunda sobre este tema, y que funciona como punto culminante al que es sin duda el tema principal del film es el ya mencionado "El pueblo de los molinos de agua" La vida en la aldea está totalmente integrada con la naturaleza y es respetuosa hacia ella, una utopía inalcanzable ya en los tiempos que corren y a la que Kurosawa se refiere con una mezcla de añoranza y nostalgia. En esta comunidad ideal los hombres viven en comunión perfecta con su entorno, la ciencia no ha conseguido irrumpir y destrozar el orden natural de las cosas ni la vida de los individuos. Lo único importante es el aire puro y el agua pura, y hasta la muerte es tan sólo otra etapa a pasar, la última y la más celebrada, ante la cual el hombre no debe anteponer ningún obstáculo. Este último sueño es el único de los ocho relatos, como ya se ha dicho, que no desprende un halo de pesimismo, sino que por el contrario, se propone como solución a los problemas planteados en los otros, que tienen siempre que ver con la incapacidad del ser humano por vivir en armonía con su entorno natural.

El cineasta expone además una amarga crítica contra las acciones autodestructivas que realiza el hombre, como la amenaza nuclear y la visión de un futuro e hipotético apocalipsis radioactivo. Este tema es el central en los sueños "El monte Fuji en llamas" y "El ogro llorón", y ya había aparecido en la filmografía del director en Crónica de un ser vivo (1955), film realizado en plena guerra fría en el que el protagonista se obsesinaba por los peligros de una posible guerra nuclear, y que lo haría de nuevo en la posterior Rapsodia en agosto. El responsable indirecto de la dirección en el sueño "El monte Fuji en llamas" fue Inoshiro Honda, realizador conocido sobretodo por sus películas sobre el monstruo nacido de la guerra nuclear Godzilla, quien había trabajado asímismo como realizador de segunda unidad en Kagesmusha (1980) y Ran (1985) y como guionista no acreditado en Madadayo. Otro de los capítulos en los que intervino Honda para Los sueños... fue "El túnel", el más negro y siniestro de los episodios, en el que además de tratarse el tema del gran error humano de provocar y realizar guerras se realiza una profunda reflexión sobre la muerte, tema que actúa como telón de fondo en la mayoría de sueños de la película y que, como ya se ha analizado, era una de las constantes en el cine del director, especialmente en sus últimas obras. La muerte está presente, a parte de en las obvias visiones del Apocalipsis, en las pesadillas de niño iniciales (en el primer capítulo "El sol bajo la lluvia" el niño/Kurosawa es instado por su propia madre a suicidarse por haber violado las leyes del bosque de los zorros, o en el segundo "El huerto de los melocotoneros", los espíritus de estos árboles, personificados en figuras que se mueven estudiadamente como si de una representación de teatro Nô se tratase, provocan un siniestro y a la vez bellísimo espectáculo contemplado por los atónitos pero fascinados ojos del niño) y es tema de debate o discusión en el resto de cuentos. Pero es "El túnel" el capítulo en el que se da una visión más negativa y espantosa del hecho de morir, derivada esta de que el motivo de la muerte del regimiento de soldados que aparece no es más que uno de los errores más lamentables del género humano: la guerra. Un comandante regresa a casa abatido tras haber perdido a todos sus hombres y haber sido capturado como prisionero, y se enfrenta a la horrible visión de encontrarse con un ejército de muertos, el suyo, quienes no son conscientes realmente de su estado y a los que él se ve en la triste labor de informar de su realidad.

Los sueños... es pues una película profundamente humanista y reflexiva sobre muchos temas que preocupaban al ya anciano Kurosawa. Pero a parte de toda la filosofía existencialista que subyace a lo largo del film, éste será recordado siempre como una espectacular lección de estética fílmica en la que Kurosawa vuelve a demostrar sus aptitudes como director y sobretodo sus excepcionales cualidades para llevar a la pantalla los conocimientos que había aprendido de otras materias, en particular y de manera especial, de su experiencia como pintor. Esta vocación surgió en su más temprana infancia, originada por el interés que un profesor de arte provocó en el pequeño Akira allá por sus años de formación en la escuela primaria. Más tarde, el futuro cineasta intentaría ingresar en la escuela de arte e incluso llegó a exponer su obra en una famosa galería y formó parte de una Liga Proletaria de artistas. Todo ello antes de iniciarse como realizador cinematográfico, hecho que se produjo tras la frustración sufrida en el ámbito pictórico y como consecuencia del suicidio de su hermano Heigo. Pero la dedicación pictórica del maestro japonés no se limitó tan sólo a esos primeros años de formación, ni tampoco puede considerarse independiente de la otra faceta creativa por la que este artista es ampliamente reconocido, y no sólo por las obras y storyboards pintados que el realizador produjo para las siete obras que sucedieron a la aparición del color en su cine, sino también por la aplicación de sus conocimientos pictóricos al acto creativo cinematográfico en cualquiera de las obras de toda su filmografía. En los años previos a sus inicios en el mundo del cine, allá por los años veinte, Akira Kurosawa había explorado el lenguaje, no sólo pictórico, sino también teatral, musical y literario. Él mismo reconocería en su autobiografía (1) que estos vaivenes de una materia creativa a otra no eran más que la preparación inevitable –aunque inconsciente–, hacia el ámbito artístico que funcionaría a la perfección como compendio entre todos estos conocimientos previamente adquiridos y que, al menos en el caso de la pintura, nunca serían abandonados totalmente e incluso actuarían como motor enriquecedor de su magistral actividad como "compositor" visual y sonoro.

Sería totalmente parcial abordar el tema de las relaciones entre pintura y cine en la obra de Akira Kurosawa limitándose al análisis de Los sueños..., por muy paradigmático que este film se considere al respecto. Para dar una visión certera y más o menos completa sobre esta cuestión habría que analizar de hecho la totalidad de la filmografía del director, aunque la introducción del color en sus películas complete y enriquezca un binomio artístico que está presente sin embargo en los films del realizador desde su primera obra. Quizás una de las razones de la seducción inmediata que el cine de Kurosawa provoca en el espectador desde el visionado de la primera película –sea ésta cual sea y sin importar demasiado la calidad final de la obra elegida como iniciación al arte de este director–, sea la extraordinaria aptitud que demuestra Kurosawa en la composición de sus imágenes. Es curioso al respecto el hecho de que sus películas, pese a ser en muchos casos de temática o iconografía similar, consiguen ser recordadas como obras individuales y claramente identificables en cualquiera de los fotogramas elegidos como ejemplo de citación de alguna de ellas. Y es que el mérito del arte de Kurosawa radica en gran parte en hacer de cada obra un ente autónomo y claramente diferenciado del resto, no por cuestiones temáticas, que son coincidentes en muchos casos, sino por lo que es más difícil: atribuir un estilo propio y unificador en toda su obra que sin embargo es autónomo y particular en cada uno de los casos. Esto es lo más maravilloso del cine de Kurosawa, y lo que demuestra que tras el realizador tantas veces venerado, se esconde un artista que hace de cada obra un universo particular, que cuida cada encuadre como si de un lienzo se tratara, llenándolo de vida y movimiento, jugando con las formas y la luz, o con el color en los casos correspondientes, a la manera del pintor que siempre fue.

Dada la extraordinaria importancia que el resto de artes tiene en la concepción del cine de Kurosawa, no era de extrañar que el director le dedicase a este tema uno de los relatos expuestos en Los sueños... el titulado "Los cuervos", que ha llegado a ser analizado como el más importante dentro del film por su extraordinaria calidad como documento que vincula de manera explícita el ámbito pictórico con el cinematográfico. El capítulo está dedicado a uno de los pintores que más influyeron y agradaron a Kurosawa desde su infancia: el postimpresionista Vincent Van Gogh. Un hombre observa en una galería de arte los cuadros del pintor, hasta el extremo de verse introducido literalmente a través del cuadro "Pont de l'Anglois a Arlès" en el universo real de la vida del artista, a quien conoce mientras el pintor (interpretado por el mismísimo Martin Scorsese) se encuentra pintando en un campo de trigo su famoso cuadro "Los cuervos". Realidad y ficción se entrecruzan en la que es la visión onírica más espectacular de toda la filmografía del japonés –hay que recordar a este respecto que los efectos especiales de la película fueron creados por la ILM de Georges Lucas–. Pero pese a que la impronta de los postimpresionistas es evidente en el tratamiento del color en los films y en las pinturas del maestro Kurosawa, habría que destacar que esta occidentalización es de algún modo recíproca e indirecta, puesto que los pintores occidentales hacia los que mira el arte de Kurosawa fueron a su vez influidos por la pintura y las estampas de la corriente japonesa Ukiyo-e (pintura del mundo flotante y transitorio vigente del siglo XVII a mediados del XIX), una pintura cuyos temas estaban relacionados con el mundo de las cuidades y de los barrios de placer, en la que se representaba a geishas y cortesanas, escenas del teatro kabuki o ilustraciones eróticas. De entre los autores japoneses que más influyeron a los postimpresionistas destacan Tomioka Tessai (más ligado a la pintura tradicional china y japonesa de representación de flores, pájaros y paisajes) y Hokusai, pintor al que se hace referencia de manera iconográfica en Sueños..., no sólo por el capítulo "El monte Fuji en llamas", que alude directamente a la extensa serie de pinturas sobre esta montaña realizadas por Hokusai, sino de manera más indirecta aunque igualmente importante por el cuadro a través del cual el visitante se introduce en el mundo pictórico de Van Gogh en "Los cuervos": el citado "Pont de l'Anglois a l'Arlès" el cual fue inspirado al pintor por una obra del artista japonés.

La influencia de la pintura en el cine de Kurosawa no se limita pues a la reduccionista afirmación de que el estilo del director, ya sea pictórico propiamente dicho (2) –cuya pincelada está claramente vinculada a la de impresionistas como Monet y sobretodo a la de Van Gogh, Gauguin o Cézanne– o cinematográfico, está influido totalmente por el arte occidental, ya que, como se ha visto, y al menos en el caso de la pintura, éste a su vez se había "orientalizado". Hay otros elementos que provienen asímismo de la pintura, en este caso más concretamente del arte tradicional japonés (derivado a su vez de la pintura china), caracterizado por una ausencia de profundidad de campo (Kurosawa trabajaba a menudo con teleobjetivos que aplanaban la imagen y le restaban profundidad) y una disposición autónoma y claramente diferenciada de los elementos dentro del cuadro (la conocida predilección de Kurosawa por jugar con los espacios del primer y segundo o tercer término, en muchos casos aislados unos de otros). Existen numerosos ejemplos de la puesta en escena kurowasiana que ilustrarían esta afirmación, pero ya que hablamos de Los Sueños..., citaremos el baile de los espíritus de los melocotoneros, una representación al estilo del teatro Nôh japonés en la que las figuras se distribuyen a lo largo de las hileras de un huerto y que debido a la poca profundidad de campo da la sensación de ser la representación viviente de un lienzo. O las mismas reproducciones de los cuadros de Van Gogh, del que no sólo adoptó la pincelada nerviosa y la paleta cromática, sino que le sirvió de salvoconducto hacia la pintura japonesa, una de las influencias más claras en el arte del holandés.

Por lo tanto se produce en la pintura y en el estilo visual cinematográfico de Kurosawa un viaje de ida y vuelta que va desde la pintura occidental a la japonesa, ya que se produjo un feed-back real de influencias entre ambas que no es ajeno en la obra de Kurosawa. No hay que olvidar que el color en Kurosawa es otro de los aspectos directamente vinculados con el ámbito pictórico a tener muy en cuenta en el análisis de sus obras. Innumerables son los ejemplos al respecto, pero quizás sean especialmente destacables los dibujos del niño-tranvía o las estampas imaginadas por el hombre y el niño en Dodeskade'n, los trajes y la coreografía cromática para las batallas en Kagesmusha y Ran, o los maravillosos cambios estacionales en Madadayo. En Los Sueños...el juego cromático adopta una importancia especial en cada capítulo, siendo en general los tonos más fríos los que dominan en los relatos más pesimistas ("El túnel", "El monstruo llorón" o La tormenta de nieve"), rojizos en el sueño que expresa el peligro y la angustia de la muerte radioactiva ("El monte Fuji en llamas") y adoptando una paleta más viva y variada en aquellos en los que el mensaje, pese a ser de connotaciones negativas hacia el hombre, esconde una visión de ecologista sentido de pureza de la naturaleza ("El sol bajo la lluvia", "El huerto de los melocotoneros" y sobretodo "El pueblo de los molinos de agua").

En armonía con la mayor parte de su obra, premiada con un Oscar honorífico en 1990, Lo sueños de Akira Kurosawa está dotada de una gran fuerza y belleza visual. Quizás no tan valorada –al igual que ocurre injustamente con sus contemporáneas en el tiempo–, como las grandes obras de sus etapas anteriores, Los sueños... se perfila como una de las películas en las que el realizador Kurosawa, el hombre y el artista, se muestra más directamente al espectador. Una película ecologista y humanista, a la altura de obras maestras como Dersu Uzala o de otras tantas joyas que el japonés ha regalado al mundo del cine, y sobretodo, en consonacia perfecta con la visión que sobre el mundo y el hombre tenía este realizador, uno de los más grandes y mejores creadores del arte cinematográfico.

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